Ius Canonicum - Derecho Canónico - Otros artículos de derecho de las personas

Los movimientos eclesiales. Cuestiones eclesiológicas

. Publicado en Otros artículos

I. Introducción

El Concilio Vaticano II ha puesto de relieve cómo el Espíritu de Cristo sigue santificando, dirigiendo, y edificando la Iglesia. Especialmente ricas en consecuencias eclesiológicas y jurídicas son las afirmaciones de Lumen gentium que describen así la acción del Espíritu: “Inter omnis ordinis fideles distribuit gratias quoque speciales, quibus illus aptos et promptos reddit ad suscipienda varia opera vel officia, pro renovatione et ampliore aedificatione Ecclesiae proficua [...]. Quae charismata, sive clarissima, sive etiam simpliciora et latius diffusa, cum gratiarum actione ac consolatione accipienda sunt” (Lumen Gentium, 12/b). Dos aspectos merecen aquí ser subrayados: el reconocimiento del reparto de los carismas entre los fieles de todo género, y el hecho de que estos dones no son sólo gracias extraordinarias, sino también “de los más sencillos y comunes”.

Fieles diversos
Fieles diversos

Entre las manifestaciones de los carismas en la vida de la Iglesia de estos últimos decenios, ocupan un lugar relevante los movimientos eclesiales. Su nacimiento, su rápido desarrollo, y sus abundantes frutos apostólicos, constituyen sin duda uno de los rasgos más característicos y esperanzadores de la Iglesia en este final de siglo. El cardenal Ratzinger, en el libro-entrevista de Vittorio Messori, después de señalar con su acostumbrada perspicacia algunos desarrollos negativos de la época inmediatamente sucesiva al Vaticano II, añade: “Lo que a lo largo y ancho de la Iglesia universal resuena con tonos de esperanza –y esto sucede justamente en el corazón de la crisis de la Iglesia en el mundo occidental– es la floración de nuevos movimientos, que nadie planea ni convoca y surgen de la intrínseca vitalidad de la fe. En ellos se manifiesta –muy tenuemente, es cierto– algo así como una primavera pentecostal en la Iglesia” (1).

El desarrollo de los movimientos eclesiales es valorado generalmente de modo muy positivo, sin que falten tampoco ciertas observaciones críticas. Así por ejemplo, se ha hecho notar que “estos movimientos recuerdan a una rosa, brotada inesperadamente y en un contexto difícil; pero, como reza el dicho popular, no hay rosa sin espina, y esta espina amenaza con clavarse en la concreta vida pastoral de la comunidad eclesial” (2).

La cuestión más problemática –alrededor de la cual giran casi todas las críticas a los movimientos– se plantea a propósito de su inserción en la pastoral de las Iglesias particulares. Algunos advierten que los movimientos pueden convertirse en un peligro para la unidad de la Iglesia particular. Aunque es evidente que algunas críticas son exageradas y, en buena medida, injustas, se trata sin duda de un tema en el que eclesiólogos, pastoralistas y canonistas deben seguir reflexionando, para encontrar los cauces que permitan el desarrollo de los carismas y su armónica inserción en la estructura eclesial. Para los canonistas, en particular, se trata de una tarea de no fácil solución, habida cuenta de la gran variedad que se observa entre los diversos movimientos, de la amplitud de la acción desarrollada por sus miembros, y de las escasas normas codiciales al respecto (3).

Con nuestro estudio, queremos poner de relieve, en primer lugar, el marco eclesiológico que permite situar las mencionadas cuestiones acerca de los movimientos en la perspectiva adecuada y, en particular, su inserción en las Iglesias particulares, señalando luego las exigencias que deben ser tenida en cuenta, tanto por parte de la autoridad de las Iglesias locales, como de los movimientos.

II. El marco eclesiológico del pluriforme fenómeno de los movimientos eclesiales

Para trazar las coordenadas eclesiológicas que permitan abrir el camino hacia una mejor comprensión del fenómeno sumamente variado de los movimientos eclesiales, empezaremos analizando los impulsos conciliares que contribuyeron a forjar las líneas de fuerza de dichos movimientos. Veremos luego cómo éstos se han desarrollado, revelándose providenciales en la época posconciliar, y terminaremos señalando algunas de sus características estructurales.

1. La renovación eclesiológica conciliar y su impulso para el desarrollo de los movimientos eclesiales

Aunque algunos movimientos eclesiales surgieron en años anteriores al Vaticano II, está claro que su desarrollo debe ser situado en el marco de la renovación eclesiológica y pastoral promovida por el Concilio Vaticano II. Una renovación en la que han intervenido un conjunto de factores precediendo, preparando y acompañando la celebración del Concilio. Entre dichos factores destacan el movimiento litúrgico, los movimientos bíblico y patrístico, los estudios acerca de la teología de la misión y del ecumenismo, así como otros fermentos apostólicos y espirituales. A continuación, sintetizamos los aspectos de mayor incidencia en el desarrollo de los movimientos.

– La revalorización del bautismo y del sacerdocio común. El Vaticano II ha subrayado la dimensión cristológica y eclesiológica del bautismo, redescubriendo la raíz de la dignidad, vocación, misión y comunión entre los que, por Cristo y en su Espíritu, son hechos hijos de Dios Padre y pertenecen a su Pueblo. En el surco marcado por la doctrina conciliar, los movimientos se caracterizan por la manera de presentar y ayudar a descubrir (o a redescubrir) la vida cristiana como encuentro personal con Cristo; un encuentro que lleva consigo una gracia que “pone en movimiento”, que empuja a seguir a Cristo, arrastrando a otros en su seguimiento. Junto con la valorización del bautismo, el Concilio Vaticano II ha señalado que la vocación-misión bautismal es radicalmente sacerdotal, en conformidad con el ser y el actuar de Cristo. Esto ha permitido abrir paso a una consideración positiva del papel de los fieles laicos en la Iglesia (4). En esta línea se han desarrollado los movimientos: entre los fieles laicos y dirigiéndose principalmente a ellos (5), ayudándoles a asumir la importante tarea eclesial que les corresponde.

– La relevancia de los carismas. El Vaticano II ha puesto las bases para una comprensión cristológico-pneumatológica de la Iglesia, prestando una renovada atención al elemento carismático. En diversos documentos conciliares se evidencia la continua acción del Espíritu, y se observa que los dones carismáticos son otorgados a todo orden de fieles, capacitándoles a cooperar, con sus iniciativas, en la edificación de la Iglesia. El Concilio reconoce además la existencia de carismas “comunes y difusos” (Lumen Gentium, 12/b). El carácter carismático de los movimientos –que, por otro lado, deberá ser debidamente comprobado por la competente autoridad eclesial– tiene generalmente inicio en una persona (fundador o fundadora) para extenderse luego y ser participado a otros fieles (6). Las características que señalaremos a continuación nos llevarán a esbozar las peculiaridades de los carismas que dan origen a un movimiento (7).

– La llamada universal a la plenitud de la vida cristiana y la participación activa en la misión de la Iglesia. Encontramos aquí una de las principales consecuencias de lo que hemos señalado en los dos puntos anteriores. La constitución Lumen gentium, después de tratar en el capítulo IV de los laicos, dedica el quinto a la llamada universal a la santidad, que es calificada como “llamada a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (Lumen Gentium, 40/b). El CIC ha recogido esta doctrina afirmando que “todos los fieles deben esforzarse, según su propia condición, por llevar una vida santa” (can 210). Han quedado así superadas ciertas tendencias que consideraban que la santidad, en la práctica, sólo era posible en el estado religioso o clerical (8). Los movimientos pueden considerarse unos cauces providenciales –aunque no los únicos– para difundir esta llamada entre los fieles laicos, ayudándolos a buscar aquella plenitud de vida cristiana.

– La vocación y la misión de los laicos en la Iglesia. Siguiendo el surco señalado en los puntos anteriores, el Concilio ha prestado una particular atención a los laicos y a su misión. Su plena revalorización e integración en la misión de la Iglesia puede considerarse como uno de los más importantes frutos del Concilio (9). La especificidad cristiana y eclesial de los fieles laicos se define por su peculiar inserción en las realidades temporales (cfr. Lumen Gentium, 31-36), lo cual presupone una actitud positiva hacia el mundo, entendido no ya como reino del pecado, sino como parte integrante del plan salvífico de Dios. Todo esto ha llevado a comprender el apostolado de los laicos como algo que surge de su vocación bautismal, abierto a las innumerables iniciativas personales y comunitarias, superando así la visión limitada del apostolado laical como cooperación con la Jerarquía. El CIC lo ha expresado con toda claridad en el can 225. Una de las características de los movimientos es el fuerte testimonio de fe y el espíritu apostólico que los anima. Los frutos de la actuación de sus miembros son bien evidentes. De modo inequívoco se ha expresado el cardenal Danneels: “Está claro que hoy en día la mayor parte de las «conversiones» se dan en los movimientos, mientras que nuestras estructuras clásicas parecen relegadas al papel de entretenimiento y de servicios” (10).

– La dimensión comunional propia de la Iglesia. Una de las ideas centrales del Concilio –gradualmente reconocida en el periodo posconciliar– es la noción de comunión como clave para entender la Iglesia (11). En efecto, dicha noción es particularmente apropiada para expresar los diversos aspectos de la vida eclesial: su origen, su fin, y las relaciones que se dan entre todo tipo de fieles. Ha podido así incrementarse la conciencia del ser-social específico de la Iglesia, y se ha evidenciado su valor de “signo para el mundo y fuerza atractiva que conduce a creer en Cristo” (Christifideles laici, 31/in fine). Es significativo que la enumeración codicial de las obligaciones y derechos de todo los fieles comience recordando la obligación de vivir siempre la comunión con la Iglesia (cfr. can 209 § 1). En los movimientos se observa una acentuación de la experiencia de la Iglesia en su aspecto de comunión entre los fieles, de aquella fraternidad cristiana que el Señor ha puesto como signo distintivo para sus discípulos (cfr. Ioh 13,35).

2. La contribución de los movimientos en la circunstancias actuales

Para enmarcar adecuadamente los movimientos eclesiales, además de la renovación eclesiológica del Vaticano II, es necesario tener en cuenta la importante contribución que ellos están providencialmente ofreciendo a la Iglesia en la época posconciliar. Dicha contribución podríamos sintetizarla en los puntos siguientes:

– El desafío del secularismo y la urgencia de una nueva evangelización. La creciente secularización que, con diversos matices y expresiones, ha dilagado en la sociedad occidental, constituye actualmente uno de los mayores desafíos para la Iglesia. No es nada fácil resistir a esta corriente, y muchas veces resulta arduo vivir en coherencia con el Evangelio. Más difícil aún es, sin la ayuda de otras personas –y, por ejemplo, sin el aliento recibido en un movimiento–, desarrollar una acción que incida socialmente y contribuya a transformar el ambiente según los principios cristianos. En este sentido, a la luz de las exigencias que plantea la nueva evangelización, los movimientos ofrecen una preciosa aportación (12). El fundador de uno de los principales movimientos ha observado: “Evangelizar de modo misional hoy no significa sólo salir para tierras lejanas, sino también penetrar en aquellos nuevos ambientes de vida, que continuamente son creados por las transformaciones de nuestra sociedad, y testimoniar el amor de Cristo que hace la vida del hombre más humana, y le permite caminar hacia la verdad” (13). Se explica así por qué en los movimientos se aprecia una clara actitud anticonformista, un deseo de transformar el mundo siendo levadura en la masa. Es precisamente el aspecto que el Vaticano II ha individuado como peculiaridad de la misión de los fieles laicos en la Iglesia (cfr. Lumen Gentium, 31-36), lo cual supone una actitud positiva frente al mundo, no entendido ya como reino del pecado, sino como parte integrante del plan salvífico de Dios.

– Las dificultades de la época posconciliar. Los años que siguieron al Vaticano II se caracterizaron por un gran entusiasmo, pero también por unos deseos de cambios animados, a veces, por interpretaciones incorrectas de los textos conciliares. De ahí surgió una confusión doctrinal que tuvo notables consecuencias, también prácticas, en la vida de los fieles. No nos detenemos a explicar dicho fenómeno, que ha sido analizado por muchos autores y es sobradamente conocido (14). Lo que sí nos interesa señalar es cómo en los movimientos se advierte el deseo de una renovación teológica y espiritual que valorice adecuadamente la función de guía ejercida por el Magisterio. Esto ha contribuido indudablemente a serenar el ambiente, y a promover una correcta recepción del Concilio. En esta perspectiva, hay que reconocer el papel providencial de muchos movimientos que, con sus carismas, subrayan y dan operatividad a unas u otras enseñanzas conciliares, llevando a cabo una función importante en el proceso de su recepción, puesta en práctica y difusión. Además, los carismas de los movimientos están contribuyendo a revitalizar aspectos de la vida eclesial que parecían haberse oscurecido en algunos sectores del pueblo de Dios. Entre ellos destacan el amor a la Iglesia y a su liturgia, la relación filial hacia el Romano Pontífice y la devoción mariana. La acentuación que estos importantes aspectos de la fe reciben en los movimientos muestra claramente la acción providencial del Espíritu que sigue guiando y animando la Iglesia.

– Las limitaciones de la pastoral parroquial. Numerosas declaraciones magisteriales y estudios teológicos han subrayado la función insustituible de la parroquia, recordando también la urgencia de revitalizarla (15). Al mismo tiempo, ha sido señalado que muchas veces la parroquia no está en condiciones de hacer frente a la inmensa y compleja tarea pastoral de la Iglesia en nuestros días. “En efecto, son necesarios muchos lugares y formas de presencia y de acción, para poder llevar la palabra y la gracia del Evangelio a las múltiples y variadas condiciones de vida de los hombres de hoy. Igualmente, otras muchas funciones de irradiación religiosa y de apostolado de ambiente en el campo cultural, social, educativo, profesional, etc., no pueden tener como centro o punto de partida la parroquia” (Christifideles laici, 26/c).

3. Las características estructurales de los movimientos

Para concluir estas observaciones acerca del marco eclesiológico de los movimientos, señalamos las principales características estructurales de los movimientos.

– Un fenómeno de ámbito universal o transdiocesano. La universalidad propia de los movimientos no es una característica sólo geográfica o sociológica, sino que también teológica. Ellos constituyen una realidad de la Iglesia universal que está llamada a actuarse en las Iglesias particulares. De esta manera, los movimientos las enriquecen, alejando el peligro de los “particularismos”, y favoreciendo la comunión entre ellas (16).

– Elasticidad y variedad de formas de pertenencia y de compromiso. Es ésta una característica estructural que refleja el espíritu subyacente al fenómeno de los movimientos. La elasticidad y la variedad entre las modalidades de pertenencia, reflejan la gran diversidad de situaciones en las que viven los fieles laicos, y en las que siguen viviendo también después de su adhesión a un movimiento. Se observa aquí algo que distingue los movimientos de los institutos de vida consagrada, y que implica serias dificultades cuando se quiera dar a un movimiento una configuración canónica unitaria. De hecho la mayoría de ellos han tenido que asumir diversas figuras jurídicas (asociación, sociedad de vida apostólica, instituto secular etc.) correspondientes a diversas ramas de sus miembros.

– Un fenómeno que interesa e implica, frecuentemente, todo género de fieles. Aunque, como dijimos antes, los movimientos eclesiales se dirigen principalmente a los fieles laicos, en no pocas ocasiones se observa que no sólo sacerdotes, sino también religiosos participan del impulso carismático del movimiento y colaboran en sus actividades apostólicas. Esta participación no suscita dificultad desde el punto de vista del movimiento, en virtud de la flexibilidad de las formas de pertenencia al mismo. Sin embargo, sí puede resultar problemático desde el punto de vista de los compromisos que los religiosos han contraído con su respectivo instituto.

Notas

(1) J. RATZINGER, V. MESSORI, Informe sobre la fe, Madrid 1985, pp. 49-50.

(2) G. AMBROSIO, La comunità ecclesiale italiana tra istituzione e movimenti, en “La Rivista del Clero Italiano” 68 (1987) p. 87 (la traducción es nuestra).

(3) Para las asociaciones –que constituyen la forma jurídica más común para los movimientos– el CIC dice tan sólo que “están bajo la vigilancia de la autoridad eclesiástica competente” (can 305 § 1). Para las asociaciones públicas se especifica que, según sus estatutos, pueden tomar iniciativas, pero “siempre bajo la alta dirección de la autoridad eclesiástica” (can 315); y para las asociaciones privadas, además de la tarea de vigilancia por parte de la autoridad eclesiástica competente, se añade la responsabilidad de “procurar que se evite la dispersión de fuerzas, y ordenar al bien común el ejercicio de su apostolado” (can 323 § 2).

(4) Cfr. especialmente el capítulo IV de Lumen gentium y el decreto Apostolicam actuositatem. Elocuente reflejo de este redescubrimiento conciliar son las obligaciones y derechos de los fieles laicos formalizados por el CIC (cfr. cann 224-231).

(5) Decimos “principalmente”, ya que algunos movimientos, además de los presbíteros que son necesarios para el ministerio sagrado, acogen también a otros clérigos y a miembros de Institutos religiosos.

(6) Una excepción aquí es el Movimiento carismático.

(7) Acerca de las características de la noción de carisma transmitida por los movimientos eclesiales cfr. L. GEROSA, Carismi e movimenti nella Chiesa oggi. Riflessioni canonistiche alla chiusura del Sinodo dei Vescovi sui laici, en “Ius Canonicum” 28 (1988) pp. 665-680.

(8) Uno de los precursores en este aspecto de la doctrina conciliar, el Beato J. Escrivá, ya en el año 1930 había escrito: “Hemos venido a decir [...] que la santidad no es cosa para privilegiados: que a todos nos llama el Señor, que de todos espera Amor: de todos, estén donde estén; de todos, cualquiera que sea su estado, su profesión o su oficio. Porque esa vida corriente, ordinaria, sin apariencia, puede ser medio de santidad: no es necesario abandonar el propio estado en el mundo, para buscar a Dios, si el Señor no da a un alma la vocación religiosa, ya que todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo” (Beato J. ESCRIVÁ, Carta, 24-III-1930, n. 2, citada por F. OCÁRIZ, La vocación al Opus Dei como vocación en la Iglesia, en AA.VV., “El Opus Dei en la Iglesia”, Madrid 1993, pp. 168-169).

(9) Además del cap. IV de Lumen gentium y de diversos números de Gaudium et spes, el Concilio ha dedicado a los laicos el decreto Apostolicam actuositatem. Acerca del tema cfr. A. DEL PORTILLO, Fieles y laicos en la Iglesia, Madrid 1969.

(10) G. DANNEELS, Evangelizzare l’Europa secolarizzata, en “Il Regno-documenti” 30 (1985) p. 585 (la traducción es nuestra).

(11) Cfr., sobre todo, la Relación final del Sínodo extraordinario de los Obispos celebrado en 1985.

(12) Cfr. Christifideles laici, 29/d y las consideraciones de la encíclica Redemptoris Missio (1990) acerca de los “modernos aeropagos” (cfr. n. 37/c).

(13) L. GIUSSANI, Missione della Chiesa e carisma di fondazione. È la sfida della cattolicità ai movimenti ecclesiali, en “L’Osservatore Romano”, Anno 125, N. 249 (27-X-1985), p. 5 (la traducción es nuestra).

(14) Cfr., por ejemplo, J. RATZINGER, V. MESSORI, Informe sobre la fe, Madrid 1985.

(15) Entre los textos del Magisterio recordamos las afirmaciones de Christifideles laici, 26 y 27.

(16) Bajo este punto de vista, se trata de un fenómeno análogo al de los Religiosos. Sobre la cuestión cfr. S. RECCHI, Gli istituti di vita consacrata: segno dell’universalità nella Chiesa particolare, en “Quaderni di diritto ecclesiale” 9 (1996) pp. 58-65.

Autor: Arturo Cattaneo
Publicado por escrito en "Ius Canonicum", 38 (1998) 571-594.
Se publica en esta página web con permiso del autor.

Iuscanonicum - Derecho Canónico en la web  Avisos legales