Estos días, que acabamos de celebrar la solemnidad de Cristo Rey, me encontré con este texto de San Josemaría Escrivá:
Celebramos hoy la fiesta de Cristo Rey. Y no me salgo de mi oficio de sacerdote cuando digo que, si alguno entendiese el reino de Cristo como un programa político, no habría profundizado en la finalidad sobrenatural de la fe y estaría a un paso de gravar las conciencias con pesos que no son los de Jesús. San Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, 184
La mezcla de política y religión parece una constante en la historia de la Iglesia desde los tiempos del Señor. Así, después de realizar el milagro de la multiplicación de los panes y peces, «Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo» (Jn 6, 15). Hasta los Apóstoles tuvieron esa tentación: el mismo día de la ascensión, quizá mientras caminaban al Monte de los Olivos, «le preguntaron, diciendo: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?» (Hch 1, 6). No nos debe extrañar que hoy sigamos encontrando eclesiásticos que proponen la solución católica a los problemas, o laicos que pretenden ser los portavoces del Magisterio de la Iglesia que dan la respuesta católica en la sociedad.
Pienso que pare del problema reside en la falta de comprensión de la finalidad de la Iglesia, que es la salvación de todos los hombres (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 767), que tantas veces se ha expresado con la fórmula latina salus animarum (cf. Código de Derecho Canónico, can. 1752), y no la solución de los desafíos de cada época.
Ciertamente los católicos hemos de preocuparnos de los problemas sociales. León XIV hace poco recordó que «la condición de los pobres representa un grito que, en la historia de la humanidad, interpela constantemente nuestra vida, nuestras sociedades, los sistemas políticos y económicos, y especialmente a la Iglesia» (Ex. Ap. Dilexi te, n. 84). Pero es una función que la doctrina de la Iglesia encomienda a los laicos. Como enseña el Concilio Vaticano II, «a los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios» (Const. dogm. Lumen gentium, n. 31). Y en esta tarea los laicos deben defender su espacio de intromisiones indebidas, reclamando su libertad para ordenar la sociedad.
Últimamente se habla mucho en ambientes religiosos de las señales de resurgir católico al observar ciertas señales alentadoras, aunque aún pequeñas, tanto que se habla del giro católico como fenómeno sociológico. Otros autores en este medio lo han analizado, y destacan que quienes se acercan a la Iglesia, lo que buscan es encontrarse con Dios y no consignas que parecerían salidas de una reunión de la ONU.
Añado que solo así mostraremos ante quienes se acerquen a la Iglesia el rostro que Cristo quiso para su Esposa. De la misma manera que el Señor rechazó que lo proclamaran rey, ahora la Iglesia necesita, igual que siempre, que los laicos cumplan con la misión que tienen encomendada.